21/05/06

La leyenda de la poeta maldita

Dedicado a la gran persona que cree ser...


Contaban que hace ya algunos años, por allí por 1820, en el centro de la ciudad, vivía una mujer de unos 20 años. Una mujer bastante hermosa, con pelo de noche y ojos de estrellas, como solían decir los hombres que la conocían. Y eran muchos, puesto que su hermosura era irresistible. De cuerpo esbelto, ojos grandes y claros, la tez morena-clara y la sonrisa pronunciada.


Era una joven sencilla. Vivía sola en una casita casi en ruinas. Sobrevivía de hacer artesanías de las acostumbradas en aquella época. Y le iba muy bien. Los hombres le compraban solo para tener la dicha de verla por un rato, las mujeres, para saciar su inevitable sentimiento de envidia ante tal hermosura.


Se levantaba de madrugada, limpiaba su humilde casita, lavaba la ropa, preparaba el desayuno y salía a caminar por aquellas calles solitarias para buscar inspiración para la camada de creaciones de ese día. Regresaba a su casa y empezaba sus labores de artesana.


A eso del medio día, ya preparada para empezar las ventas, tomaba un refrescante baño y se arreglaba muy bien; no era tonta, sabia que su hermosura era causa de buenas ventas. Ya fuera por envidia o por lujuria.


Llevaba ya muchos años con la misma rutina, arreglar, crear, vender, platicar con uno que otro ser libidinoso o envidioso, cerrar la venta, descansar y dormir. Se le hacia difícil encontrar inspiración; su vida le aburría cada vez mas.


Todo lo que hacia lo hacia con toda la pasión del mundo. No se podía quedar quieta, siempre le gustaba cambiar de actividad cuando su creatividad se veía frustrada.


Se le ocurrió incursionar en el arte culinario; hecho que resulto siendo un tremendo desastre. Siguió con el arte de la costura; termino usando todos los materiales para hacer la limpieza del hogar.


Probó con todo lo que su imaginación le quiso dar en el momento, pero todo terminaba mal.


En su desesperación, con la intención de calmar su rabia, agarro unos libros que habían sido de su abuela y los tiro al piso con toda la fuerza que su cuerpo le permitía.
Como por sorpresa del destino (eso pensó ella unos días después) uno de los libros quedo abierto al caer. Los dejo allí.


Mas tarde en la noche, cuando su alma ya estaba mas calmada, entro al cuarto y recogió los libros, todos menos el mágico libro.


Estaba por recogerlo, casi al borde de ignorarlo por completo, cuando una de sus páginas le rozo los dedos causando una pequeña herida. Pequeña pero muy dolorosa. Maldijo una y otra ves su suerte.


Lo observo para buscar los daños causados por su sangre, por que recordaba que ese era el libro favorito de su abuela. Se pregunto entonces que era lo que tenia ese libro que era tan especial. (Recordó como su abuela lo mantenía en un cofrecito, y no lo sacaba salvo 2 o 3 veces al mes)


El libro se llamaba simplemente Poesía (algo había oído ella acerca de la lo que era “poseía”, pero nunca le intereso realmente). No tenía autor.
Con más curiosidad, selecciono una página al azar y empezó a leer.



Dos sonetos de amor. (William Shakespeare)


I


De los hermosos el retoño ansiamos
Para que su rosal no muera nunca,
pues cuando el tiempo su esplendor marchite
guardará su memoria su heredero.
Pero tú, que tus propios ojos amas,
para nutrir la luz, tu esencia quemas
y hambre produces en donde hay hartura,
demasiado cruel y hostil contigo.



Tú que eres hoy del mundo fresco adorno,
pregón de la radiante primavera,
sepultas tu poder en el capullo,
dulce egoísta que malgasta ahorrando.



Del mundo ten piedad: que tú y la tumba,
ávidos, lo que es suyo no devoren.



II


Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos
y ahonden surcos en tu prado hermoso,
tu juventud, altiva vestidura,
será un andrajo que no mira nadie.
Y si por tu belleza preguntaran,
tesoro de tu tiempo apasionado,
decir que yace en tus sumidos ojos
dará motivo a escarnios o falsías.



¡Cuánto más te alabaran en su empleo
si respondieras : - « Este grácil hijo
mi deuda salda y mi vejez excusa »,
pues su beldad sería tu legado!



Pudieras, renaciendo en la vejez,
ver cálida tu sangre que se enfría.



Había encontrado su nuevo objetivo, escribir poesía.
Agarro un cuaderno que tenía guardado en su tocador, y una pluma y se empezó a escribir.
Lo hizo noche y día, por 3 semanas seguidas, descansando solo para comer y a veces para dormir.


Todo el mundo se preguntaba si estaba bien. Ya no salía, ya nadie la veía.
Después de las tres semanas, decidió que era suficiente tiempo y empezó a leer todo lo que había escrito.


Al terminar, su decepción fue tan grande que rasgo todas las hojas del cuaderno y las tiro a la hoguera. En nada se parecían sus escritos a la majestuosidad de los de Shakespeare.


Se reprocho las pausas para la comida y el sueño, y decidió no hacerlas más. Tenia que lograr escribir tal sentimiento y estética como los poemas del tal William.

Paso una semana, sin aliento ni descanso. Su cuerpo de debilitaba, pero ella seguía con el mismo fervor que cuando empezó con el proyecto. La única pausa que hizo en la semana fue para ir a la tienda a comprar más tinta y cuadernos, fue la última vez que la vieron.


Pasadas tres semanas, la gente creía que seguía metida en sus locuras. Un mes, dos meses, tres meses…
No salía, no salía…


Ya era demasiado. Ya llevaba tres meses sin siquiera ir por los alimentos básicos, y sabían que no tenia suficiente como para vivir tres meses hacer las compras.
Así que un grupo de gente decidió ir a ver si estaba bien. Al acercarse a la casa, se sentía un olor insoportable, como de carne en descomposición. Llegaron a la casa y el olor era demasiado nauseabundo. Tocaron, y al no recibir respuesta, forzaron la puerta para entrar.


Quedaron sin palabras al ver aquella escena, estaba ella, con la ropa llena de manchas de tinta y suciedad acumulada por el tiempo. Su tez tenía ahora un tono verde-azulado. Su cuerpo yacía sentado en su escritorio, con pluma en mano, y diez cuadernos bajo su cabeza. Lo que alguna vez había sido ejemplo de belleza en los diccionarios, era ahora una masa putrefacta de carne, suciedad y tinta.
Agarraron uno de los cuadernos, primero de la fila de los 10, y leyeron sus ultimas palabras: -“Prefiero divagar una eternidad en busca de la estética perfecta, a ser mediocre por el resto de mis días.”


Y es así, como la pobre poeta maldita deambula por aquella casa del centro de la ciudad, siempre buscando la estética perfecta, dejando a su paso miles y miles de escritos en libros y cuadernos de los habitantes de la casa.


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