29/05/06

El Diablito Ocre

Ángel caído,
ángel perdido,
te doy mi alma,
te doy mi ser.
Te miro en la noche,
y siento enloquecer.

Te extraño en el día,
te siento en el amanecer,
te entrego mi cuadro,
me das tu querer.

Te regalo mis versos,
y mi cuerpo de mujer,
Pequeños regalos,
de alguien que te quiso querer.




Salí, por fin, de aquella casa en ruinas. Me precipite al bosque que estaba en frente, misterioso, caótico, mágico, lleno de esperanza, pero a la ves, lleno de miedos.
Me aventure a cruzar aquel bosque. Camine solo unos cuantos pasos, cuando lo vi.
Vi su silueta como esfumada con la neblina, esa silueta que ahora recuerdo tan poco, pero que ese día vi tan detalladamente. ¿Que era esa “cosa” o persona que veía a pocos metros? ¿Por que la vi en aquel preciso momento? ¿Que me deparaba? ¿Acaso mi destino me trajo hasta aquí, solo para conocerte?
Seguí mi marcha cautelosamente. Con miedo, puede por fin vislumbrar aquélla silueta, era la de un hombre, algo delgado, con cabelleras obscuras y largas, pero cortas a la ves. Su presencia era tan majestuosa que empecé a sentir miedo. Seguí caminando, en ese instante, ya nada mas tenia que perder.
Camine unos 5 metros, metros llenos de dudas y misteriosas sensaciones de mi destino.
Estaba, por fin, enfrente de aquella persona, que al principio no era mas que una silueta.
Estaba de espaldas. Me temblaban todas mis extremidades, todos mis sentimientos, todas mis sensaciones. Pensé en echarme a correr en ese instante, pero una fuerza desconocida, me obligaba a quedarme parada en aquel lugar.


El cuerpo del hombre se empezó a mover, para darse la vuelta.
Instantes que parecieron eternos, en los que horrorizada esperaba ver a un hombre que parecía monstruo. Me imagine su cara. Era una cara como de un ser mitológico. Tenia ojos de gato, su boca, más grande que sus manos, como para tragarse a una débil presa (como yo) de un solo bocado. Su nariz, filosa como un sable, podía distinguir el olor de la sangre a miles de kilómetros, y sobre todo, podía oler el miedo. Sus orejas, parecidas a las de un perro, lograban oír hasta el mas mínimo chillido. Podía oír el chillido de las hormigas que cavan sus laberintos bajo la tierra, no solo oía sus chillidos, sino también sus débiles corazones. Fue entonces, cuando estaba en lo mas tormentoso de aquel pensamiento, que termino de dar la vuelta.


El terror se apodero de mi, inconsciente y concientemente. No aguante, y me desmaye. En mi sueño imagine como aquel ser me llevaba a su cueva para hacer todos los preparativos y ceremonias que preceden a una comida suculenta.
Sentía sus filosas garras sobre mi cuerpo, tan débil y pálido. Sentía el olor del hambre, de la furia, del olvido.


De pronto, sentí un escalofrió que recorrió toda mi cara y parte de mi pecho.
Desperté.


Me di cuenta que aquel monstruo me había echado agua como para despertarme. Para comerme viva (el terror era tan grande que ya mi alma había salido de mi ser) iba a comerme viva, ese era su plan. Pero se quedo allí, observándome. No se movió. Se quedo allí, sentado.
Confundía, empecé a preguntarme que esperaba para devorarme.
¿Cual era su plan, torturarme lo mas posible? Pero... por que quería torturarme. ¿Que le había hecho yo para que me tuviera tanto odio? O simplemente era típico de esa “raza” de hombres torturar a su presa.


Levante la mirada, como preguntándole que se proponía, y note que su cara era pacifica. Sus facciones, al contrario de mi imaginación, eran sutiles y masculinas, pero con un toque angelical. Mis pensamientos entonces se enredaron. Por que mi imaginación había hecho a aquel hombre tan maligno, tan espantoso, cuando en realidad era tan hermoso.



Recordé rencores y heridas pasadas.
Eso debía ser. Un ser que aparentemente llega a mi salvación no parecía algo real, era mucha casualidad. Por eso lo convertí en diablo.
Cada ves me tranquilizaba mas.
Mi alma regresó, y tuve el valor de emitir algunas palabras: “¿Quién sos?”
El, solamente sonrió. Pero esa sonrisa tan dulce me contestó mi pregunta: “yo sabia quien era, lo había estado esperando toda mi vida” no nos quitamos la mirada de encima por una hora.
El, consolándome, yo, cayendo en un abismo tan profundo, tan fuera de mi comprensión.
Era un abismo fascinante. Un abismo que llenaba toda mi alma, todo mi ser. Un abismo del que no quería salir nunca. Un abismo que muchos hubieran llamado locura, obsesión (por que, a final de cuentas, un abismo, para el resto de imbéciles de este mundo, es algo tan negativo como maligno)



Cuando por fin nos quitamos la vista de encima, oí emitir sonido a este ser. “¿Ya estas bien?”



No solo su cara era magnifica. Su vos, tan profunda y reflexiva, tan cálida y sensual. Aquellos sonidos que emitía eran como dulces notas musicales de algún trovador desconocido.
“Si, estoy bien, gracias”


Seguimos con la mirada clavada en los ojos del otro.
Era extraño, por que en situaciones similares, con otras personas, siempre me enrojecía y quitaba la vista.
Pero con el no, con el sentía tanta paz. Tanta tranquilidad.



Pude descubrir su alma. Al menos eso es lo que llegue a deducir en aquel momento, pero ahora me doy cuenta que mis conclusiones no eran mas que un reflejo de mi alma.
Aquel hombre era algo que superaba cualquier suposición o idea que anteriormente haya tenido con respecto a la humanidad.
“No ha de ser de este planeta...” me reí en mis adentros.
Era tan complejo y brillante, pero a la vez tan obscuro y misterioso.
Sus ojos negros, llenos de pasión y tristeza, reflejaban la dura transición de su niñez a su madurez.
Su boca, pequeña y carnosa. Llena de sabiduría, reflejaba la sencillez de su alma, la calidez de su ser.
Sus manos, sucias y un poco maltratadas, mostraban sus luchas pasadas, luchas tan profundas y sangrientas. Mostraban también la ternura de su corazón.



Se levanto y salió del cuarto en donde estábamos.
Me quede pensado, perdida, como es que aquel hombre se había cruzado en mi camino. Podría haber sido el destino, o como alguna vez leí, pudo haber sido mi profundo deseo de encontrar a alguien con quien no sentirme sola.


Tan profundo era aquel deseo, que todas mis energías inconscientes me llevaron a aquel bosque.
Me levante de la cama, y di una vuelta por aquel sencillo cuarto.
En el, tanto como en el alma de aquel hombre, apenas se podían vislumbrar pocas cosas, pero aquellas pocas cosas definían todo un mundo misterioso y profundo.
Una ventana que daba a un pequeño lago, una cama, con sabanas de seda ya roídas por quien sabe que clase de animales, una vela azul, casi ya en sus últimos días de vida, una cajita llena de tubos de colores, pinceles, y otros brebajes que no conocía. Un escritorio, y sobre el, un pequeño cuaderno lleno de polilla, con sus hojas amarillas, y a lado del cuaderno, una majestuosa pluma para escribir y un recipiente con un liquido intensamente negro.
Abrí las paginas y note textos casi ilegibles, pero que reflejaban sentimientos tan puros que en mi cuerpo recorrió un extraño pavor que, como todas las cosas en aquel hombre, no logre comprender.
Cerré el cuaderno.

Note que había un cuarto mas, separado por una cortina polvorienta y sucia, que alguna vez había sido verde, pero con los años, agarro un hermoso color tierra. Me incorpore en aquel cuarto.
Estaba lleno de dibujos, de cuadros majestuosos con escenas irreales.


Me tire al piso y me puse a llorar.
Con los ojos totalmente nublados, miraba de reojo aquellos colores tan exquisitos.
Cuanto mas tiempo observaba un cuadro, mas lloraba.
No podía creer la belleza de aquellos cuadros.
Cuadros tan puros, tan llenos de vida.





Toque cada memoria de mi ser, cada escena trascendental, cada recuerdo perdido, cada idea. Lo toque todo. No deje espacio sin tocar.
Color ocre, rojo, morado, verde, blanco, azul, negro, café, celeste, negro, blanco, ocre, magenta, rosado, gris, negro, blanco, ocre.
El éxtasis se hacia cada vez mas grande. Me imagine un diablo vestido de ocre, de blanco, de negro. Me imagine tirada en la cama, pintando un mar, un cielo, una vela, una ventana, un piso, una esperanza, un amor, un cigarro, un alma.
Blanco, negro, OCRE
El éxtasis era insoportable, al punto que mis manos ya no respondían al resto de mi cuerpo.
Era un éxtasis tan profundo, que mi alma volvió a salir de mi ser. Ya no podía pensar, ya mi cuerpo no era mío, era de el.



Desnuda frente al espejo, te miro sonreírme una ves mas.
Tus caricias me llevan a mis sueños perdidos.
Agarro el espejo y te lo regalo.



Volví al cuarto donde estaba la cama.
El todavía no regresaba.
Cansada, me tire a la cama y prendí un cigarro.
Agarre la pluma, la moje con el liquido negro y escribí algunas palabras:



Sentada frente al espejo,
me vi en tu luz.
En tu sensualidad recosté mi memoria,
y en tus sueños, abrase al amor.



Deje la pluma y me vestí.



Algo en mi había cambiado.
Ya no era aquella niña débil, de piel pálida, se sonrisas melancólicas, de sueños frustrados, de falsas esperanzas, de escenas trágicas, de comedias baratas, de libros perdidos en el tiempo, de lagrimas rojas, de heridas sangrantes, de metáforas falsas, de ilusiones perdidas.




Salí de la casa. Me precipite de nuevo en el bosque.
Jugando con los árboles y animalitos que encontraba a mi paso, llegue por fin a mi casa.
Me quite la ropa y la guarde bajo mi almohada.
Me tira a la cama, encendí otro cigarro, y en el segundo chupón, me quede dormida.




Dulce ángel,
guardián de mi alma,
te rezo un verso,
te regalo mi espejo,
Te doy un consejo,
Nunca me dejes de querer.


Laura Penados, 13 de mayo de 2005



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